Julián Flordelís y Eduardo Úbeda retratan las secuelas de la masacre en Halabja

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Leticia Celma

Julián Flordelís y Eduardo Úbeda cogieron sus equipos para redactar, fotografiar y grabar las historias que sucedieron en Siria y que permanecieron silenciadas. No lo pensaron dos veces y se marcharon a pasar sus 15 días libres en junio de 2013 a las regiones de Oriente Medio. Gracias al apoyo del Laboratorio Audiovisual del Ayuntamiento de Zaragoza, los dos profesionales pudieron plasmar la realidad del Kurdistán iraquí en el documental ‘Halabja: vida después de la muerte’. Se trata de una ciudad que fue bombardeada con armas químicas el 16 de marzo de 1988, y que renació de sus cenizas tres años después con el ímpetu del pueblo kurdo.

“Queríamos trabajar fuera de España, sacar información del conflicto de Siria y abordar una parte que no se cubría, el Kurdistán sirio”, apunta Julián Flordelís que tanto él como su compañero tenían inquietudes por descubrir algunos conflictos que permanecían olvidados por la prensa española. Al intentar acceder a la zona del Kurdistán sirio tuvieron problemas para entrar por la frontera de Irak. Esta dificultad no les paró en su empeño, continuaron informándose acerca de otros temas que afectaban al pueblo kurdo y finalmente consiguieron alcanzar Halabja, una ciudad del Kurdistán iraquí que sufrió un bombardeo químico hace 26 años. Tan solo hicieron falta 15 días para empaparse de los problemas que sufre el pueblo kurdo, una minoría étnica con representación mayoritaria en en el mundo que todavía no tiene un estado propio.

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Portada del documental de Flordelís y Úbeda./Actualidad Kurda

El objetivo era informar de algo que había pasado desapercibido en países occidentales, según las propias palabras de Flordelís a la Asociación de Periodistas de Aragón. Pero, ¿por qué?. El periodista explica que el bombardeo sucedió cuando Sadam Husein era aliado de Occidente, antes de que se convirtiera en enemigo y se desatase la guerra en Irak. Por ello, el bombardeo fue silenciado en Occidente.

El tema está de actualidad, recuerda Flordelís. En agosto de 2013, dos meses después de que los profesionales aragoneses regresaran a España, hubo un bombardeo en Damasco con miles de muertos. Al igual que sucedió en Halabja, se trataba de un ataque químico. “La ONU fue a los cuatro días a Alepo y dijeron que los gases se habían disipado”. Según la experiencia de Flordelís y Úbeda, nada más lejos de la realidad, comprobaron que, tras 26 años del bombardeo, en Halabja, todavía son evidentes las secuelas: leucemia, enfermedades cutáneas, abortos e incluso la incertidumbre de si los alimentos son saludables. “Las armas químicas buscan el exterminio indiscriminado”, describe el periodista acerca de las más de 400 bombas que cayeron en la ciudad kurda. El uso de este armamento es más catastrófico que la artillería que provoca una destrucción selectiva, según explicaciones de Flordelís.

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Úbeda, tomando las escenas del documental./JF

El documental, que se emitió en el Centro de Historias de Zaragoza a mediados de marzo, ha enganchado al público español y también a la representación kurda en España. “Contamos historias humanas, testimonios en primera persona”, puntualiza. Entre los testimonios, un chico que estuvo enterrado entre cadáveres una noche entera, u otro que estuvo junto a sus familiares fallecidos.

El interés del documental va más allá, ya que muestra imágenes del durante y del después en la ciudad de Halabja. Flordelís y Úbeda consiguieron las grabaciones de las primeras cámaras que entraron en la ciudad tras el bombardeo que acabó con todo tipo de vida.

Ni el idioma ni otras diferencias culturales fueron impedimentos para descubrir las historias que se rompieron en Halabja. “Tienen necesidad de que conozcan la masacre, pero hasta cierto punto”, explica Flordelís. Al respecto indica que los kurdos no profundizaban en las experiencias más personales, sino en los rasgos generales. Flordelís y Úbeda llevaban a las víctimas al lugar de los hechos para que recordaran mejor esas escenas. “Con uno de ellos estuvimos en la misma calle donde murió su familia, y no lo entendía”. Según Flordelís, se debe a que es un mecanismo de autodefensa. Muchos de los entrevistados trabajan en un memorial que enseña fotografías de sus familiares muertos cada día y lo consiguen gracias a esa coraza de defensa. Los dos profesionales se sienten satisfechos con el resultado. “Lo hemos conseguido, abordándolo como historias personales”.

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Omed Hama y Mahmoud Hama, señalando el lugar donde la familia de Omed perdió la vida./JF

En cuanto a las dificultades a las que se enfrenta un periodista freelance en zonas de conflicto, Flordelís comenta que era consciente del peligro que supone informar en estos lugares. “Pero esa consciencia se suple con la responsabilidad que todo periodista debe tener de contar historias que, de otra manera, no se van a contar”. En esta línea recuerda que en estas zonas existe ese peligro, además del “desamparo” de los medios de comunicación de España que quieren exclusivas y fotografías distintas. “Pero no hacen nada para cuidar sus reporteros, ejemplo de ello es Ricardo García Vilanova”. Además añade: “Los medios nacionales son los que peor pagan las crónicas internacionales”.

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Julián Flordelís, mientras preparaba el documental./JF

Después de 26 años, Halabja se ha reconstruido con “tesón” de una catástrofe que se saldó con la muerte de 5.000 personas en el acto. “El pueblo kurdo volvió a su ciudad tres años después, por su vínculo con la tierra”, comenta Flordelís añadiendo que esta etnia está dividida en cinco países, supone una mayoría sin estado propio y es perseguida en todos los países. El documental ‘Halabja: vida después de la muerte’ retrata historias de familias, personas que han perdido a sus padres, madres y hermanos. “Su vida se truncó por algo que no tenía explicación, por el simple hecho ser kurdos”

“Halabja: vida después de la muerte”, por Julián Flordelís y Eduardo Úbeda.

Colabora: Laboratorio Audiovisual del Ayuntamiento de Zaragoza

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Akram Muhammad, señalando la foto en la que aparece cuando tenía 11 años. Fue uno de los pocos que sobrevivió al bombardeo y permaneció un día junto al vehículo con los cadáveres de sus padres hasta que llegaron los equipos de rescate del ejército iraní./JF